Magia en Uspallata

Despúés de un día y medio en el Hostel Internacional Uspallata, escribiendo y conversando con gente de todas partes, en medio de grandes álamos, un río, montaña y carretera, me decido a ir a la villa, al pueblo de Uspallata. Agarro mochila, notebook, cámara y zapatillas pues me voy por la ruta vieja, un camino de tierra bellísimo, con enormes arboledas y algunos caseríos. Son 7 km caminando, así que tomo buen desayuno (que incluye omelette) y parto a media mañana para instalarme en una confitería que tiene wi-fi e investigar otros lugares que lo tengan para poder escribir tranquilamente.

Sólo iniciar el camino ya me pone feliz. El día está semi nublado, hay viento, olor a tierra húmeda y cada añoso árbol con su color y aroma. Me dicen que me tomará una hora y media recorrerlo y cuando me adentro en él pienso que ese lapso está bien, pues resulta un deleite.

En el camino me encuentro un grupo de chicos de entre 8 y 12 años que me saludan curiosos y divertidos y una vez que los paso unos metros me gritan:»él se chama Gabriel y dice que le gustás»…. Me doy vuelta riéndome y Gabriel, el más pequeño y que caminaba más cerca mío se devuelve con risa nerviosa mientras el grupo se rie a carcajadas…

Un kilómetro después hay una tiendita de víveres donde se abastecen las urgencias de los vecinos, lo demás es en la villa o directamente en Mendoza. En medio me encuentro con gente a caballo, en moto y caminando y todos nos saludamos. Más allá,  los padres de unos niños que juegan en un árbol del camino les dicen que se entren, que mejor juegan dentro, mientras ellos parten en una camioneta a la villa (supongo), pero finalmente los dejan seguir sus acrobacias. Cuando parte el auto digo: podría haberles pedido que me llevaran, qué pava que no se me ocurrió. Pero pienso: bueno, ya aparecerá un angelito que me lleve…

Sigo disfrutando el camino, deteniéndome a mirar, a sentir, a agradecer tamaño regalo, hay partes donde los álamos son demasiado altos y forman una pared verde que, al menos a mí, me conmueve, me da sensación de protección y fortaleza… Cuando ya llevo casi una hora (creo, pues no llevo reloj, ni celular; buenísima terapia para la mente) comienzo a cansarme, no de caminar, sino del peso de la mochila, recuerdo que Christian, el dueño-recepcionista-asador-mozo-administrador-animador del hostel, me dijo que la ruta vieja cruza la carretera, que «la salte» y siga por el camino de tierra… Bueno, con él bromeamos desde que llegué pues sabe que -entre otras cosas- soy periodista y me dice que escriba cosas buenas del lugar, al tiempo que a la hora de la cena mientras pone la mesa se ríe de sí mismo dicéndome: ¡Viste, Jime, yo hago de todo acá, pero lo peor es que me encanta! -termina con orgullo. Y yo le digo: en Chile eso se llama: «circo pobre»: tú vendes los boletos, acomodas a la gente, animas el show, te disfrazas de payaso, haces de malabarista, etc., etc. Y a Christian le parece gracioso y adopta el dicho, cuando lo veo al desayuno y me ofrece el café, me recuerda: circo pobre, vos sabés. Pero digno -le replico y reímos juntos.

Se puede pasar mil veces por este camino y seguir conmoviéndose...

Entonces, al recordar lo de la carretera pienso que cuando la cruce haré dedo (auto-stop, aventón) para llegar más rápido pues mis hombros y yo estamos cansados. Del camino verde y boscoso, efectivamente doy a la ruta. Me detengo y no pasan muchos autos. Levanto mi pulgar al primero, una pareja, y pasan de largo. Yo confiada en mis ángeles, les digo: ya poh, arcángeles Gabriel y Miguel (ya somos viejos conocidos), mándenme a alguien que me lleve, por fa, que estoy cansada. Pasa otro auto y tampoco me llevan. Digo: bueno, ya vendrá.

Pasa un tercer auto y me hace señales de luces, son dos tipos y primero de lejos los miro con desconfianza, pero cuando se acercan comienzo a reír a carcajadas pues uno se agarra la cabeza a dos manos… Son Christian y su amigo Alejandro (un mendocino que ama Chile), que van a la villa antes de «bajar» a Mendoza por unos cuatro días. Ninguno de los tres lo puede creer y no paramos de reír y de hacer bromas… «¡Viste lo que es el circo pobre, hasta te llevamos en auto, qué te pareceee!» Así que me voy muy contenta con mis alegres y cumplidores arcángeles. Ellos van al banco y yo por mi Casita Suiza, la confitería. Nos despedimos entre risas.

Camino un poco por la calle principal y recuerdo que tengo que comprar un adaptador para el enchufe del compu. Paso a una ferretería y hay un cliente al que por su compra le han regalado un calendario 2012. Y él se va a la última hoja, a diciembre, y les dice en un tono arrastrado a los que atienden: acá, el 21 de diciembre, se va acabar el mundo… y hace un silencio y me mira de reojo, mientras los dos que atienden lo ven con sarcasmo. Y yo le digo: sí, ¿y usted qué va hacer ese día?… Me mira de reojo de nuevo y les dice a lo dos tipos: así que acá, el 21 de noviembre vamos a empezar a comprar cerveza para terminar bien el año, total, el mundo se va a acabar -y los cuatro nos reímos, mientras él agarra su calendario y se despide… Y yo no dejo de sorprenderme con las sincronías: llevo un día y medio escribiendo precisamente del supuesto fin del mundo y vine a la villa para continuar con las Predicciones 2012… Mmm…

Ya pasa el mediodía y me instalo en la confitería anhelada con un exprimido de naranja para mi sed. Al rato la chica que me atendió me dice que debe cobrarme porque harán caja, pero que yo puedo quedarme. Le pago, pero siento que no entendí lo que me quiere decir, pues la cajera se va y no veo que le entregue el turno a nadie. Le vuelvo a preguntar a la chica y me explica algo insólito: ellos cierran entre 1 y 4 de la tarde (como en todas las provincias, horario oficial del almuerzo y la sagrada siesta), entonces yo puedo quedarme sola (ya se fue el resto de los comensales) el tiempo que quiera… No lo termino de creer ni comprender, pero me encanta. La confitería es parte del hotel Los Cóndores, que se ve muy bueno y está comunicada con la recepción de éste. Entonces, sin pensarlo ni quererlo me quedo en MI confitería rodeada de pasteles, medialunas, chocolates, exquisiteces y artesanías… Me siento como en «Ricitos de oro», hasta música me dejan y ya que me quedaré, antes que se vayan todos pido un tostado de jamón y queso y un café… Hasta las 3 y 45 de la tarde avanzo un montón en mis escritos, le digo a un par de extranjeros que golpean la puerta que está cerrado y que abriMOS a las 4, lo siento; miro a la gente que está en la piscina, salgo un rato a la avenida a tomar aire, vuelvo a escribir, pago y me despido del recepcionista del hotel a quien le encargaron mi cuenta…. Así con las aventuras en los viajes, así con la divinidad que está en todas partes y a cada rato, así con la magia de Uspallata…. Hasta la próxima!

En MI tienda encantada: Casita Suiza

¿La nada?

-¡Audífonos pa’l MP3! -me ofrece un señor canoso y de lento andar asomándose a la puerta del minibus en el que estoy y que aún no parte rumbo a Mendoza, Argentina, mientras mira hacia el fondo a ver si hay más gente.

-Es que no hay nadie -le digo.

-¡¿Cómo que nadie, y usté qué es?! -me dice en tono de reto, mientras yo me río y le digo: en todo caso, síp. Ya -se despide y sigue su marcha lenta.

El bus parte con una hora de atraso y yo me lo tomo con calma, pero igual contrasto el hecho con esa sensación y creencia de que en Chile todo funciona. Ja.

Todo resulta bien «artesanal», sub-desarrollado (situación que me encanta, pues eso le da sabor a la vida y a las cosas, y que siento es parte de la identidad latinoamericana): llevamos una hora de atraso y nadie explica nada, la puerta del maletero no cierra porque tiene una «maña» que sólo el chofer conoce, esperan a gente que se suba hasta último minuto para hacer más plata, el aire acondicionado no anda, etc, pero el señor chofer y su ayudante tienen buen humor y buen trato, lo cual se agradece. Antes de partir dos chilenas que viven en Mendoza conversan sobre que no se acostumbran y que se aburren. Las dos bordean los 40 y tantos, y les pregunto que por qué no estudian, que eso siempre abre puertas y ayuda a hacer lazos y de paso aprenden algo nuevo. Una me dice que sí, que ya se decidió y que no puede seguir así tan aislada porque no tiene amigas y vive sola con su marido, los hijos se quedaron en Santiago terminando la universidad y ella lleva dos años fuera. La otra está en plena pataleta amarga: se separó hace seis meses, nunca trabajó, nada le gusta y encuentra un horror buscar trabajo «a esta edad», encima lleva casi diez años en Mendoza y ya no quiere volver pues «estai loca, ¿empezar de cero? no, ni cagando, qué lata; yo ya pasé por eso». Lo que ella no advierte es que ya está en cero. En fin, dejo de hacer contacto visual y verbal, pues es del tipo de persona cuya energía me cansa. De hecho, al rato se pelea con una argentina porque va conversando y no la deja dormir, mientras el resto de los pasajeros nos reímos porque la otra, como buena argentina, no se achica y le responde…

Hacia el Paso Libertadores, frontera Chile-Argentina

El viaje sigue con mucho calor, pero en medio de las montañas se me olvida y disfruto la aventura. Eso sí, yo no voy a Mendoza esta vez: voy a Uspallata, hecho que en la aduana le cuento al chofer para que me deje ahí, en esa villa de montaña a una hora de la aduana chilena-argentina. -¿A Uspallataaa? – me dice con tono de curiosidad-incrédula-suspicaz. Sí -le contesto y agrego: pero es pasado el pueblo, en un hostel. Mmm, al lado del cementerio -dice él mirándome con ojos de broma. Nooo, no sea malo- le contesto y nos reímos, mientras agrega: yap, entonces dejamos su maleta al último pa’ cuando se baje…  cerca del cementerio, jajaja.

Una vez hechos los trámites, el viaje montañoso de colores rojizos es acompasado por música de Leonardo Favio, Sandro, Franco Simone y más que el chofer canta a todo pulmón mientras yo río, canto y disfruto. Paramos a la entrada de Uspallata a poner gasolina y el chofer abre la puerta y le dice a la «bombera»: señorita, ¿le gusta esta música? -y sube el volumen con la clásica «Chiquitita» de Abba. La chica se ríe y le mueve la cabeza como diciendo «qué loco». Él es feliz.

Rumbo a Uspallata

Seguimos el viaje y el auxiliar y mi ahora adorado chofer están pendientes de mi destino. -Mis ángeles guardianes -pienso y agradezco. «La niña se tiene que bajar acuérdate», le dice el auxiliar. (Yo en éxtasis por lo de «niña»). Sí, señorita, ¿por dónde es? -grita hacia atrás. Pasados 6 km de la villa -grito desde mi asiento de la segunda fila.

Adelante van ellos dos y la argentina que hablaba «fuerte» según mi compatriota y que resultó muy simpática. Discuten sobre cuál es el hostel. Paramos en uno que sé que no es, al lado de una bencinera, aunque tampoco conozco el que yo busco. Entramos a ésta -mis guardianes y yo-, y el chofer da la orden al resto de los pasajeros que si alguien quiere ir al baño o comprar algo que se baje, que tienen «permiso». Mis guardaespaldas preguntan a los dos bomberos que están tomando mate y jugando cartas, parece, no alcanzo ver, pero se conocen y empiezan a echar bromas: que ellos me pueden acompañar, que viven cerca, que me puedo quedar con ellos y no me cobran. Mi guardián mayor, el chofer, se da vuelta y me dice: Este par de frescos, cómo son los argentinooos – yo le subo las cejas y muevo la cabeza en complicidad. El otro guardián les dice: no le digan nada porque ella ya se casó conmigo, ¿cierto, señorita?- me dice con seguridad. Sí -respondo orgullosa. Las bromas se acaban cuando llega una de las novias de los bomberos y el chofer lo delata que andaba coqueteando conmigo. Ella pone cara seria pero luego se ríe, mientras su novio pone cara de póker. Cara de nada, como decimos algunos.

Bueno, los bomberos coquetos confirman que no es ahí, que es antes del puente, faltan 3 km. Y mi guardaespaldas nº 1, me dice de nuevo con la misma suspicacia-incredulidad-asombro: ¿Y por qué va pa’llá?, ¿por qué no se quedó en la villa? Adonde usté va no hay nada -me dice de nuevo entre preocupado, retándome y con cara de pregunta. Y mi respuesta no lo ayuda: Es que eso quiero yo poh, estar en la nada -le digo y veo su cara de «esta chiquilla está loca, es rara; quién entiende a las mujeres, etc.» Bueno, vamos -da la orden mi guardián.

Por fin llegamos y el guardián-chofer sin preguntar ni avisar al resto, entra al hostel saliéndose de la ruta y me deja casi en la sala. Me despido de todos deseándoles buen viaje y ellos a mí y que me salga todo bien con mi trabajo (vine a Uspallata, entre otras cosas a trabajar: a escribir las Predicciones 2012 para emol.com). Mi guardián 2 baja mi maleta y me acompaña hasta la recepción, le pregunta algunas cosas a Christian, el encargado y nos despedimos de beso y abrazo: «ya niña, que le vaya muy bien», me dice y yo le agradezco feliz.

Uspallata se asoma verde en medio de las áridas montañas

Ahora sigue mi aventura en la montaña del centro de Argentina que, ya por como partió y por la energía de las montañas y este valle verde milagroso, intuyo que será poderosa.

Aquí estoy, en «la nada», lo que necesitaba: mientras escribo esta nota en la entrada del hostel, los álamos se mueven y suenan con el viento, mientras al otro lado del camino se impone la montaña árida y terracota. Es que «la nada» tiene sonido, vibra, y es un espacio de potencialidad sagrado. A partir de ella todo puede pasar. Ahora bien, «la nada» no está sólo en este lugar apartado y bello, está dentro nuestro, en el silencio, en la quietud. Ese espacio que nos prepara para dar un nuevo paso. Aquí estoy, me permito estar, y allá voy.