
La belleza del lago Llanquihue siempre me conmueve, me deja muda, con ojos vidriosos y agradecimiento desde el corazón… Me quedo mirando y sintiendo su energía, su poder con los volcanes, ciudades, y pueblos en las orillas recibiendo esa vibración de calma, profundidad, poder, sanación… Imposible no sentirse reconectado con la Vida al visitarlo… Tremendo privilegio estar cerca…
Después de una agitada primera mitad de 2014 necesito parar, siento que mi cuerpo y energía necesitan sur: verde, bosque, frío, lluvia, lago, estufa a leña… Aparezco, entonces, en el bello Puerto Varas, una pequeña ciudad del sur chileno, a orillas de este lago, y por fin me reencuentro con todo esto y más. Respiro feliz y con cierto alivio nada más al llegar y sentir el aire húmedo y frío…
Al llegar al hostal se siente el clásico aroma a leña, que tempera con sensación de calor de hogar, y aunque pensé que estaría más vacío porque es baja temporada, somos varios -de distintos países- los que vinimos a disfrutar de estos rincones tan especiales del sur del mundo. En la sala comentamos -entre otras cosas- el Mundial, el último partido de Chile y la belleza de los Parques Nacionales y pueblos que hay alrededor.
Dos días después, la clásica frase del meteorólogo en televisión: «bancos de niebla matinal» se hace patente una mañana, donde muy temprano estaba despejado y al rato, cuando bajo a tomar desayuno las ventanas están blancas y no se ve nada hacia afuera. Los días antes llovió con ganas, mientras yo miraba por la ventana desde la mesa donde me siento a escribir temas pendientes, cerca de la estufa a leña. Estoy muy intro, disfrutándolo y desconociéndome, pero también en coherencia a lo que vine: parar. En parte -como dije- vine a eso al bello sur, a detenerme. Estoy casi en off. Hace rato que no podía hacerlo y sentía que necesitaba este espacio. Vine a reconectar, a cambiar de frecuencia para poder ver con otros ojos lo andado este año -que ha sido mucho e intenso- y un poco de hacia dónde voy. Y vaya que es más fácil hacerlo acá, aunque el teléfono suene pidiendo horas de carta astral y la televisión por las noches me deje ver la telenovela o serie de turno.
Con niebla y todo salgo rumbo a Frutillar, pequeña ciudad-balneario a orillas del lago, a media hora de Puerto Varas, con construcciones de madera de estilo alemán dada la inmigración de mediados del 1800. Me instalo en el café del teatro del Lago que está sobre las aguas de éste y tiene una vista privilegiada y una temperatura exquisita versus el frío y humedad que hay fuera. Los niños corren felices por la explanada que circunda el teatro, vienen a ver un espectáculo francés de mimos, donde hay funciones especiales para colegios de la zona. Me río con ellos y de sus profes que no logran calmarlos demasiado. Antes del entrar al café siento el aire, los aromas, la vibración. Me quedo rato mirando todo pese al frío y veo cómo la niebla comienza a despejarse… Hasta reaparece el sol.

…Mercurio ya retomó definitivamente su movimiento directo, el dios alado se levanta de su descanso, pero igual andará somnoliento o mareado un par de días más y esto provoca ciertas confusiones, caídas de sistema, malos entendidos y juicios errados, de hecho en el hostal la Internet se cae un par de veces… Este mes está movido y nos agitará nuestras zonas de comodidad para que exploremos lo nuevo. También trae reconexión con el optimismo y bastante trabajo interior para nuestro ego.
Este mes nos devuelve temas de fines de mayo y comienzos de junio cuando Mercurio comenzó su viaje retrógrado, ya sea los mismos asuntos para poder revisarlos con otros ojos, o situaciones con la misma implicancia o vibración para ver cómo los resolveremos ahora. Encima Marte y Urano nos tienen en un «gallito» de quién tiene la razón, de si poner equilibrio o rudeza, prudencia o impulsividad, cosa que no resulta fácil… Mientras Don Satur se ríe en silencio mirando cómo nuestro lado oscuro se nos muestra por distintas vías, nos obliga a disciplinarnos en torno a temas pendientes y al mismo tiempo despeja nuestros canales intuitivos para que miremos también desde ahí… El centrifugado sigue haciendo de las suyas porque estamos prontos a salir muy esponjosos… Sí, definitivamente este segundo tiempo del 2014 es y será muy diferente al primero: estrenamos mucha claridad y más resolución, así que es un ciclo mucho más activo desde la decisión personal y consciente de cambiar nuestros escenarios.
Lo que es yo, desde fines de mayo sentía que necesitaba bosque, que tenía que parar. Sabía que vendría al sur después del Ritual de Invierno, cuya energía aún siento vibrar en el corazón. Mi ego quería que fuese al lunes siguiente, pero el Mundial de fútbol –deporte que ahora es casi conocido para mí, aunque sigo encontrando que es tanto más entretenido ser ignorante en la materia porque todo me divierte, hasta los árbitros- me ha hecho tener una familia extendida de amigos futboleros con quienes vemos, comemos, gozamos y sufrimos los partidos; entonces al final viajé una semana después, un domingo, luego de la desazón y el llanto de Chile frente a la derrota con Brasil. Si miro la carta natal de Chile es obvio que estamos en una fase de sanación donde estamos limpiando el rol de víctimas y reconectando con la dignidad, pero como nuestro país tiene un lado orgulloso, engreído y hasta violento cuando tenemos poder, esto tiene que ser de a poco, para que el cambio se asiente y adquiera profundidad, si no, volveríamos a lo mismo fácilmente, me refiero al eje víctima-victimario. En fin.
Y pasan los días en el sur, todo va bien, pero tengo algo pendiente: no encuentro mi bosque, porque sé que no es el que esconde el cerro Phillipi y que adoré en 2010, que mira desde lo alto la bahía de Puerto Varas… Pienso que podría ir a uno de alerces que está en Puerto Montt, estoy viendo cómo llego y le pregunto a María José, del hostal y me dice: pero anda al de Frutillar, al de la Universidad, es una reserva forestal: el Parque Winkler. -Mmm, eso no estaba en mis libros- le digo-; lo busco en San Google y ella me explica un poco más y le cuento: bueno, volveré a Frutillar pero con sol.
Efectivamente al día siguiente hay sol y me instalo a escribir feliz de nuevo en el café del teatro del lago porque de tarde iré al bosque. En eso el día se nubla poco a poco y disfruto cada momento en que los colores cambian y pasadas las 2 de la tarde ya casi llueve, el cielo se cierra de nubes más oscuras. Camino por la costanera y veo un café al que podría pasar a la vuelta de ir a la reserva. Entro y está vacío. Sólo el dueño, un señor mayor que lee el diario y escucha poco, y la mesera, una chica sonriente. Les cuento que quiero ir a la reserva y que si puedo dejar la mochila para no ir con tanto peso. Me miran con cara de pregunta, ella lo mira y él dice: sí, déjela ahí y después viene -me responde mientras me muestran un rincón.- Dejo mis cosas y me explican un poco más de cómo llegar; parto a la reserva pero creo que ya me quedará poco tiempo porque parece cerca pero igual lleva un rato llegar… Le digo a mis guías: ayúdenme, por fa, a llegar luego y que todo se dé fluidamente… Gracias.- Entonces se me ocurre parar un colectivo (taxi compartido) y le pregunto al chofer si me lleva hasta la reserva. Se queda pensando y dice: bueno, veamos si podemos subir porque hay una cuestita que es un poco difícil y ha llovido harto estas semanas… veamos poh, nada perdemos -me dice y le respondo: Eeh! bacán, gracias! -mientras me subo de copiloto y conversamos de todo un poco. Me cuenta que una vez trajo a una turista pero llegaron y estaba cerrado. Pasamos la «cuestita», una subida algo barrosa, y de ahí el camino es bello y sinuoso, puro verde, cerros y pájaros. Ambos coincidimos en que está muy bonito. A los pocos minutos llegamos a la reserva forestal y aparece la encargada. Mi amigo taxista se va y le pido su número por si necesito bajar en auto, aunque es tan bello que quiero puro caminarlo de vuelta.
Pago mi entrada ($1000, dos dólares aprox., un regalo-regalado) y mientras la encargada comienza a explicarme la ruta me viene mucha emoción, con lágrimas y todo, dejo de escuchar una parte y luego vuelvo sintiendo mucha felicidad, mientras trato de entenderle y le vuelvo a preguntar lo que me perdí… Agradezco internamente mientras ella me deja en la entrada del sendero. Me dice: no hay nadie adentro así que vas a estar sola -siento más alegría aún y le pregunto: ¿Cómo te llamas? Por si tengo que gritarte desde adentro -le digo con risa. Viviana -se sonríe. -Bueno, Viviana, gracias, nos vemos en un rato… Y nos despedimos.
Pido permiso a los elementales del lugar, a los guardianes y a toda la reserva para entrar… Me siento honrada, con mucha plenitud. Camino maravillada disfrutando cada espacio, aroma, color, sonido. Hay mucha humedad y comienza a lloviznar pero dentro no se siente por la copa de los árboles que protegen. Capaz que esta reserva y bosque son pequeños, realmente recorrerlo toma sólo media hora, pero yo me siento en un espacio de tal conexión que se me ensancha el corazón y vivo todo sintiendo mi propio paraíso. Me siento una niña, feliz, descubriéndolo todo, me río a cada rato y agradezco… Me agacho a tocar la tierra húmeda y cada tanto el tronco de los árboles. Los pájaros parecen saludar aunque no logro verlos.
Al rato doy con el árbol de más de 700 años, un laurel, que me anunciara Viviana. Me da ternura y respeto, tiene su cartel abajo que dice: «Nací en 1305″… Su compañero -a unos metros- de 1495 es aún más imponente y me quedo entre ambos sintiendo su vibración. Se respira fuerza y humildad a la vez. La lluvia cae con un poco más de fuerza mientras intento recordar las indicaciones de Viviana antes de seguir, pero confío en que todo estará bien.
En eso voy caminando y le digo a mis guías: Ya poh, chiquillos, estoy súper agradecida, pero ¿por qué no me mandan una señal más clara de que están acá? Porque obvio que están, si no, no habría llegado, pero igual poh, mándenme una, sean buenos, ¿qué les cuesta? -les digo al tiempo que me siento exigente, pero me da risa igual- Y al rato les digo: ya, si ya sé que están, era un caprichito no más, todo bien.- No termino de decir esto y en la curva de la ruta que va enumerada cada tanto aparece en madera el número 8… Me quedo quieta, agacho la cabeza y llevo las manos al corazón. Me sorprendo, me conmuevo y me alegro con enorme agradecimiento y emoción: ahí está mi señal. El número 8 es lo que he estado trabajando -junto a otros- todo este 2014. Es el octavo centro, el centro del corazón, arriba del cuarto, en el pecho, el que ahora la humanidad completa puede activar. El que reconectamos en el Ritual de Invierno. -Gracias…- les digo a mis guías, mirando el letrero y luego las copas de los árboles, con una sonrisa en toda mi energía que está más que feliz y reconectada en este pequeño y poderoso bosque que conserva la Vida pura en toda su magnitud.
-Son demasiado bacanes. Gracias -vuelvo a decirles y camino con ganas de quedarme ahí mucho rato, pero no puedo. Siento que tengo que volver con más tiempo, quizá pronto, quién sabe en este año vertiginoso y tan bello. Al salir me despido de Viviana desde su ventana y comentamos la energía y que parece que uno estuviera en otro lado una vez dentro… Síp, en otro lado, donde la conexión con el corazón es tan poderosa que tu cuerpo, ego, alma y espíritu se entregan a ser Uno con esa naturaleza que también somos nosotros…
Y aunque llueve me voy caminando por la ruta que me sigue deleitando. No pasan autos, sólo lluvia y árboles. A ratos corro un poco en las bajadas para no mojarme demasiado. Al salir ya a la ciudad, un perro muy tierno sale a mi encuentro, más allá logro tomar otro colectivo y en unos minutos estoy en el café. Hay una mesa con… 8 mujeres. El dueño me mira imperturbable y pienso que quizá ya no me recuerda. Le digo: hola, yo le dejé mis cosas hace un rato. -Sí, ¿cómo le fue?, ¿va a comer? -me pregunta. -Es bello! me fue bien. Sí, me voy sentar acá, ¿si? -le digo y me instalo al lado de la ventana, mirando el lago con lluvia, con el aroma de la estufa a leña, el cabello algo mojado y el corazón tranquilo y feliz. Sigo agradeciendo y recuerdo que este mes (de principios de junio a comienzos julio) estábamos trabajando la quietud… Cuántos regalos aparecen cuando nos quedamos quietos. Entonces llega mi taza de té caliente y un sandwich que siguen alegrando mi tarde de bello Sur. Gracias otra vez.
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