Entre carcajadas, Doris, gran consteladora suiza/chilena/curicana, con quien estamos organizando un ciclo de charlas en Curicó para julio, me dice: qué bueno saber que esas cosas te pasan a ti también porque yo siempre aprieto mal el botón, creo que mandé algo y después no está, jajaja -nos reímos juntas. Se refiere a que dos veces apreté mal el botón en este blog y publiqué la nota inconclusa, por tanto la tuve que bajar. Pero ahora sí. Acá va:
Las vecinas de asiento son muy divertidas pero no lo saben. Son una japo(nesa) y una mexi(cana) de unos veintialgo años. Ambas parecen estar hace un rato en Chile (seguro de intercambio o algo así), por lo que conversan les gusta mucho esta tierra; ya anduvieron por el norte y por parte del sur. La japo le pregunta a su amiga si en México se habla igual que acá. Ella responde que sí se habla castellano pero con otras palabras. La japo le dice: ¿aahh, allá no se habla ‘cachai’ (palabra ultra típica chilena, que significa entiendes, ves, sabes)? –no, le dice la cuate. –¿No, ‘guata’ (panza)? –continúa, mientras yo ya me río desde el asiento al lado de ellas. Y la amiga mexi se sonríe conmigo mientras la japo curiosa sigue: ¿no pololo (novio)?, ¿no micro? (autobús), ¿no poto? (trasero).
Jajaja. Terminamos riendo varios en la micro; al tiempo que la mexi le explica el símil de cada término en su país, sin dejar de admirar el bello camino verde y amplio entre Puerto Varas y Frutillar en una mañana con sol, lluvia y el cielo revuelto en el fin del otoño 2017. La japo agrega que su “mamá chilena” siempre le dice: ‘guatita llena, corazón contento’ y me da mucha ternura todo: la frase, ellas, nosotros, la mamá, Chile, este sur sanador, la micro en la que vamos donde todos saludan y agradecen al bajar.
Al llegar, luego de compartirles a las chicas algunos sitios que pueden visitar, como el teatro sobre el lago con su agradable café, el museo y la reserva de la Universidad de Chile que relaté en esta nota hace unos años; camino tranquila por la costanera de Frutillar saludando al lugar, al Llanquihue y su arrebatador poder (anoche hablábamos en el hostal con otra mexi, Fabiola, de Chile y sus lugares de poder), al cielo dibujado de nubes, a los árboles, a unos perros callejeros que duermen con placer, a un par de aguiluchos y a varias bandurrias parlanchinas que interrumpen el silencio.
Me siento en la orilla con el sol en el cuerpo. Feliz ante la inmensidad azul de este rincón sureño. Respiro plenitud; enorme conexión. Al rato, a unos metros, en una banca, hay una familia argentina que prepara ya -aún es temprano para mí- su almuerzo improvisado, unos sandwiches de milanesa entre risas y las aprehensiones de la madre con el nieto en brazos que quiere irse a otro lado porque están cayendo unas gotas y el hijo le dice que no sea alharaca, que parece porteña (bonaerense). Yo me río con toda la escena pero al mirar hacia atrás pienso en que tendré que moverme pronto porque las nubes están bien oscuras y el sol no podrá con ellas. Así es, al poco rato me muevo y tengo que abrir paraguas pero felizmente se me cruza el clásico café con duendes de la esquina donde hay una preciada estufa a leña y varias delicias que saborear, como un chocolate caliente a media mañana entre frío, lluvia y sol. Al llegar está vacío, me acomodo feliz al lado de la ventana. Luego la lluvia trae a más viajeros como yo poco acostumbrados a este clima.
Estoy en el sur hace unos días. Meses atrás no esperaba venir, pero hace pocas semanas ya lo necesitaba. Es que el viaje anterior me dejó feliz y sobre estimulada también; de hecho en los últimos días de éste sentí: ‘tengo que ir al sur cuando llegue’. Como dije una vez, el alma tarda en llegar. Mauricio, acá en el hostel me dice: ¿estás descansando de las vacaciones? -¡Claro!- le digo y me entiende perfecto. Vine acá a aterrizar situaciones, a integrar, a organizar algunos planes (charlas y clases de astrología que hace rato me piden que haga y que mi ego posterga) y recomenzar mi año personal/laboral con más presencia, por tanto con una detención conmigo. Encima hay Luna llena (momento de cierres y de sacar conclusiones) y Júpiter despierta de su siesta (reconectamos con el entusiasmo), así que el cielo también me acompaña. Además, sin duda, necesitaba la lluvia, lagos y cielos revueltos que hay por acá; también no planificar mucho al viajar. Por eso vengo al hostal de siempre en la ciudad/pueblo (Puerto Varas) de siempre que adoro y donde suelo igual encontrar algo nuevo, pero donde lo conocido resulta cálido, como el consomé (sopa de pollo) + copa de vino en el bar/restaurant Paréntesis, el küchen de frambuesas en el Mamusia, el saludo de los baristas de Lo Spuntino y de Kal Rako, además de las caminatas por el lago y sus colinas cercanas; donde armo el día a día según surge.
Y este día en Frutillar es más que perfecto. Salí pasadas las 11 de Puerto Varas con algo de lluvia. Después de desayunar y recibir saludos, bajo el cerro hasta la costanera y me encuentro con un colibrí que -como pocas veces- se detiene bastante rato frente a mí, que lo observo con delicia. Me río con él y finalmente le agradezco. Cuando lo hago -agradecerle- sale raudo hasta unas flores cercanas. Es mi cumpleaños. También por eso vine acá. Necesitaba un reinicio personal distinto a otros años. Por la mañana, las chicas del hostal me sirven el desayuno con una velita puesta en un queque (bizcocho) y un bello letrero de feliz cumple. Me da emoción el gesto. Después de mi amigo colibrí, me saludan mis padres entre risas y bromas familiares porque realmente los saludos comenzaron esta madrugada, a las 12, cuando estábamos brindando con espumante y a mi mamá (desde Santiago) le dio por mezclar poemas/canciones (de Violeta Parra, Gabriela Mistral y más) muy conocidos vía WhatsApp para saludarme sacándonos muchas carcajadas. Cuando terminamos de hablar, frente al lago, le pido a mis guías y al lugar: Chiquillos, por fa, me pueden regalar un arcoiris hoy?, no ven que es mi cumple? -les digo y sigo caminando por la orilla antes de tomar el bus a unas cuadras.
Una vez en el café de los duendes le pido a la chica que atiende si me puede prestar un cargador de celu porque entre fotos, llamados y audios de saludo la batería va en baja. Me consigue uno y en la mesa del lado hay enchufe. Le agradezco y le digo: ¿viste que la vida es perfecta? -me sonríe y yo sigo feliz sintiendo la lluvia, el chocolate y la energía de este sur. Al rato, cuando la lluvia pasa continúo mi caminata y cuando ésta vuelve entro a una tienda de artesanías en lana y madera en que conversamos un poco con la encargada que teje más cosas. Salgo otra vez; la lluvia se pone algo más intensa. De repente me encuentro frente a la iglesia del pueblo y decido entrar o quedarme al menos en el umbral mientras pasa la nubada. La verdad evito bastante las iglesias, sobre todo si son muy antiguas; la vibración no es precisamente alta y muchas veces son una fuga de poder personal; en fin. Pero las de
madera en el sur suelen tener otra energía. Al entrar a esta pequeña iglesia (en la foto) me emociona porque es muy cálida, pero también porque están las madres sosteniéndola. Guadalupe (la amo; es la «madrina» de este blog; y la saludo feliz al llegar: Lupitaaaa, eres tú! -le digo) en la entrada derecha, y en el altar la Inmaculada Concepción, muy bella. Pido permiso para estar ahí. Como no hay nadie me paro en medio y digo: hola chiquillos, permiso para hacer una conexión aquí, ¿sí?-. Cierro los ojos y pongo las manos en un mudra y luego en gesto de recibir. Siento la mega energía girando entre mis brazos, me da entre alegría e impresión; me viene risa. Es como un juego, pero es profundo al mismo tiempo. Cuando digo en silencio: guau, gracias!, entran dos visitantes; yo cierro la conexión, agarro mi paraguas y recibo el llamado de una gran canalizadora amiga para saludarme, con lo cual tengo que salir. Converso un rato. Como no alcancé a despedirme, vuelvo a entrar y les digo que todo bien, que gracias y hasta la próxima. Estoy en la puerta y entra otro llamado/saludo de una amiga que -un poco como yo en las lecturas- muchas veces hace de puente y recibe información álmica.

Camino un rato recordando la energía. El sol vuelve a salir y lo disfruto. Cuando se esconde me voy al café del lago que siempre tiene una energía bella, es como si te meciera el Llanquihue y no importa lo que comas o bebas, entras fácilmente en otra frecuencia… Nos reímos con la mesa del lado y algo conversamos mientras afuera la lluvia reaparece. Cuando termina decido salir -son casi las cinco de la tarde- a buscar ‘almuerzo’. Camino lento en dirección a uno de los restaurantes que conozco; no comeré mucho porque a la noche tengo celebración, pero igual quiero un poco de pescado, por ejemplo. Disfruto la humedad, la brisa, el frío, el sol que se asoma un poco. Y de pronto, antes de cruzar la calle me volteo a mirar el lago otra vez casi a modo de despedida y ahí está. Mi regalo de cumpleaños sureño made in Universo:

Además de emocionarme, reírme cantidad, disfrutarlo, agradecerlo y llevarlo al corazón, le tomo unas cuantas fotos a este arcoiris que sella -para mí y para muchos- un ciclo de dos años que tuvo todos los colores (incluidos los más oscuros), que pese a momentos áridos y sin respuestas, hoy recobra sentido y nos permite recomenzar sin muchas expectativas pero con certezas interiores porque -hace rato- tenemos poderosos aprendizajes en cuerpo y alma que atesorar y hacer brillar. Como esto: Cuando pides algo desde tu conexión, jugando , y lo sueltas, cuando te diviertes en el camino, llega; aunque sea al final de la tarde… o cuando menos lo esperas… Gracias!!!
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