En el libro oráculo «Mensajes del alma», hay una carta que se llama «La belleza». Y no se refiere a algo estético, aunque igual esto puede, muchas veces, reflejar lo interno.
Por estos días, en que estoy de paso por Santiago, la capital chilena, y vengo del sur, donde el ritmo, el aire y el paisaje provocan más calma y conexión, no pocos me compadecen por tener que venir por tres semanas a la ciudad grande y dejar mi «pueblo sureño», Puerto Varas. Encima por el centro de Chile, donde se ubica Santiago, hay ola de calor y el día que llego hay más de 35º. Hermoso panorama; ja.
Pero yo no me hago ninguna expectativa, ni tampoco le tengo rechazo a esta ciudad. Al contrario. Le tengo gran cariño y agradecimiento, pese a que los oscurillos del sistema han intentado destruirla y opacarla hace un puñado de años por distintas vías. Entonces, luego de reposar un poco el cambio de temperatura y sentir que me derrito, salgo a hacer algunas cosas a Providencia, un sector céntrico y, como me gusta, me siento en la terraza de un café que está en una peatonal, simplemente a eso. A estar. Tengo que leer algo que me enviaron y nada más. Pero esta mesa me tiene unas sorpresas.
Cerca mío figura una monja «todo terreno», con sus sandalias y mochila, que saborea una rosca, una gaseosa y un café. ¡Mírenla! Yo pienso: ¿Diosito no le dijo que eso le hace mal? Y sigo: Igual se debe confesar y asunto arreglado –mientras río en silencio con mi mente criticona. Su cara es muy bonachona y alegre, me enternece su energía.
Estoy observando y sintiendo el pulso acelerado de la ciudad, llena de tanto estímulo: gente, ventas navideñas, bocinas, música, palomas y demás, cuando en la mesa del lado se arma un verdadero consejo de la tribu. Llega un señor bastante mayor, pero bien moderno, con su celular, en cual ve videos a todo volumen. Al sentarse le anuncia a la chica que limpia su mesa y que lo saluda con familiaridad, que le traiga otra silla más: acuérdate que somos seis –le indica con determinación, mientras ella acomoda todo. A los minutos va llegando el clan de los seis. Uno de ellos viene con bastón y camisa muy elegante, es bajito y de cara bien rosada, con este calor. Trae una bolsa grande. Se sienta con dificultad. Llama a otra de las chicas que atienden, ella se acerca. Y él pasa la bolsa para que busque su regalo, porque él no ve bien las etiquetas. Yo observo la escena con gran emoción. Me conmueve todo lo que se da ahí.
La chica también está sonriente y emocionada por recibirlo. Además vienen regalos para otras dos compañeras más. De a poco, va llegando el resto de la tribu. Una vez entregados sus primeros presentes, él se incorpora bien a la mesa, hablan algo de la actualidad y luego vuelve a tomar su bolsa y con dulzura le reparte regalos a sus cinco compañeros. Yo figuro con los ojos humedecidos y llena de alegría. Se los van repartiendo entre todos y uno de ellos le dice: Es que tú eres muy buena persona, no como yo, yo tengo la pura cara, pero no soy tan bueno –dice, mientras todos reímos un poco. Otro le dice que es todo un honor y que lo abrirá en Nochebuena.
¡Qué belleza somos los humanos! La siento tan palpable… En eso veo la hora y me tengo que ir, porque luego, este viernes 16, tengo firma de libros en Barrio Italia con Piedra Origen, mañana sábado 17 la presentación del hermoso libro de María Paz Cuevas (¡Están todos invitados! Son actividades abiertas y gratuitas. Al final va la info)… Dejo esa terraza con una sonrisa y mucha emoción. Sí, lo repito, como lo he dicho varias veces en este blog: Somos muy bellos. Nuestra gracia, nuestra luz, siempre puede brillar, da lo mismo el escenario en el que estemos, la belleza que portamos siempre puede aflorar e irradiarse. Gracias a todos. Por estar aquí. Por vivir este tiempo intenso. Por nuestra inconmensurable belleza. ❤