¿La nada?

-¡Audífonos pa’l MP3! -me ofrece un señor canoso y de lento andar asomándose a la puerta del minibus en el que estoy y que aún no parte rumbo a Mendoza, Argentina, mientras mira hacia el fondo a ver si hay más gente.

-Es que no hay nadie -le digo.

-¡¿Cómo que nadie, y usté qué es?! -me dice en tono de reto, mientras yo me río y le digo: en todo caso, síp. Ya -se despide y sigue su marcha lenta.

El bus parte con una hora de atraso y yo me lo tomo con calma, pero igual contrasto el hecho con esa sensación y creencia de que en Chile todo funciona. Ja.

Todo resulta bien «artesanal», sub-desarrollado (situación que me encanta, pues eso le da sabor a la vida y a las cosas, y que siento es parte de la identidad latinoamericana): llevamos una hora de atraso y nadie explica nada, la puerta del maletero no cierra porque tiene una «maña» que sólo el chofer conoce, esperan a gente que se suba hasta último minuto para hacer más plata, el aire acondicionado no anda, etc, pero el señor chofer y su ayudante tienen buen humor y buen trato, lo cual se agradece. Antes de partir dos chilenas que viven en Mendoza conversan sobre que no se acostumbran y que se aburren. Las dos bordean los 40 y tantos, y les pregunto que por qué no estudian, que eso siempre abre puertas y ayuda a hacer lazos y de paso aprenden algo nuevo. Una me dice que sí, que ya se decidió y que no puede seguir así tan aislada porque no tiene amigas y vive sola con su marido, los hijos se quedaron en Santiago terminando la universidad y ella lleva dos años fuera. La otra está en plena pataleta amarga: se separó hace seis meses, nunca trabajó, nada le gusta y encuentra un horror buscar trabajo «a esta edad», encima lleva casi diez años en Mendoza y ya no quiere volver pues «estai loca, ¿empezar de cero? no, ni cagando, qué lata; yo ya pasé por eso». Lo que ella no advierte es que ya está en cero. En fin, dejo de hacer contacto visual y verbal, pues es del tipo de persona cuya energía me cansa. De hecho, al rato se pelea con una argentina porque va conversando y no la deja dormir, mientras el resto de los pasajeros nos reímos porque la otra, como buena argentina, no se achica y le responde…

Hacia el Paso Libertadores, frontera Chile-Argentina

El viaje sigue con mucho calor, pero en medio de las montañas se me olvida y disfruto la aventura. Eso sí, yo no voy a Mendoza esta vez: voy a Uspallata, hecho que en la aduana le cuento al chofer para que me deje ahí, en esa villa de montaña a una hora de la aduana chilena-argentina. -¿A Uspallataaa? – me dice con tono de curiosidad-incrédula-suspicaz. Sí -le contesto y agrego: pero es pasado el pueblo, en un hostel. Mmm, al lado del cementerio -dice él mirándome con ojos de broma. Nooo, no sea malo- le contesto y nos reímos, mientras agrega: yap, entonces dejamos su maleta al último pa’ cuando se baje…  cerca del cementerio, jajaja.

Una vez hechos los trámites, el viaje montañoso de colores rojizos es acompasado por música de Leonardo Favio, Sandro, Franco Simone y más que el chofer canta a todo pulmón mientras yo río, canto y disfruto. Paramos a la entrada de Uspallata a poner gasolina y el chofer abre la puerta y le dice a la «bombera»: señorita, ¿le gusta esta música? -y sube el volumen con la clásica «Chiquitita» de Abba. La chica se ríe y le mueve la cabeza como diciendo «qué loco». Él es feliz.

Rumbo a Uspallata

Seguimos el viaje y el auxiliar y mi ahora adorado chofer están pendientes de mi destino. -Mis ángeles guardianes -pienso y agradezco. «La niña se tiene que bajar acuérdate», le dice el auxiliar. (Yo en éxtasis por lo de «niña»). Sí, señorita, ¿por dónde es? -grita hacia atrás. Pasados 6 km de la villa -grito desde mi asiento de la segunda fila.

Adelante van ellos dos y la argentina que hablaba «fuerte» según mi compatriota y que resultó muy simpática. Discuten sobre cuál es el hostel. Paramos en uno que sé que no es, al lado de una bencinera, aunque tampoco conozco el que yo busco. Entramos a ésta -mis guardianes y yo-, y el chofer da la orden al resto de los pasajeros que si alguien quiere ir al baño o comprar algo que se baje, que tienen «permiso». Mis guardaespaldas preguntan a los dos bomberos que están tomando mate y jugando cartas, parece, no alcanzo ver, pero se conocen y empiezan a echar bromas: que ellos me pueden acompañar, que viven cerca, que me puedo quedar con ellos y no me cobran. Mi guardián mayor, el chofer, se da vuelta y me dice: Este par de frescos, cómo son los argentinooos – yo le subo las cejas y muevo la cabeza en complicidad. El otro guardián les dice: no le digan nada porque ella ya se casó conmigo, ¿cierto, señorita?- me dice con seguridad. Sí -respondo orgullosa. Las bromas se acaban cuando llega una de las novias de los bomberos y el chofer lo delata que andaba coqueteando conmigo. Ella pone cara seria pero luego se ríe, mientras su novio pone cara de póker. Cara de nada, como decimos algunos.

Bueno, los bomberos coquetos confirman que no es ahí, que es antes del puente, faltan 3 km. Y mi guardaespaldas nº 1, me dice de nuevo con la misma suspicacia-incredulidad-asombro: ¿Y por qué va pa’llá?, ¿por qué no se quedó en la villa? Adonde usté va no hay nada -me dice de nuevo entre preocupado, retándome y con cara de pregunta. Y mi respuesta no lo ayuda: Es que eso quiero yo poh, estar en la nada -le digo y veo su cara de «esta chiquilla está loca, es rara; quién entiende a las mujeres, etc.» Bueno, vamos -da la orden mi guardián.

Por fin llegamos y el guardián-chofer sin preguntar ni avisar al resto, entra al hostel saliéndose de la ruta y me deja casi en la sala. Me despido de todos deseándoles buen viaje y ellos a mí y que me salga todo bien con mi trabajo (vine a Uspallata, entre otras cosas a trabajar: a escribir las Predicciones 2012 para emol.com). Mi guardián 2 baja mi maleta y me acompaña hasta la recepción, le pregunta algunas cosas a Christian, el encargado y nos despedimos de beso y abrazo: «ya niña, que le vaya muy bien», me dice y yo le agradezco feliz.

Uspallata se asoma verde en medio de las áridas montañas

Ahora sigue mi aventura en la montaña del centro de Argentina que, ya por como partió y por la energía de las montañas y este valle verde milagroso, intuyo que será poderosa.

Aquí estoy, en «la nada», lo que necesitaba: mientras escribo esta nota en la entrada del hostel, los álamos se mueven y suenan con el viento, mientras al otro lado del camino se impone la montaña árida y terracota. Es que «la nada» tiene sonido, vibra, y es un espacio de potencialidad sagrado. A partir de ella todo puede pasar. Ahora bien, «la nada» no está sólo en este lugar apartado y bello, está dentro nuestro, en el silencio, en la quietud. Ese espacio que nos prepara para dar un nuevo paso. Aquí estoy, me permito estar, y allá voy.

Con el poder de Hércules

Camino a La Aurora, norte de Uruguay

Partimos a las 4 y algo de la mañana desde Colonia Valdense. Con viento y el cielo estrellado. Mauricio va al volante. Yvonne de co-pilota y yo atrás, en medio de la «matera» (estuche de cuero para el mate y el termo), las mantas y unos pasteles uruguayos recién hechos por nuestro intrépido chofer. Atrás van las infaltables milanesas y pascualina para almorzar.

Amanece en el centro de Uruguay

En el camino comienza a amanecer con un cielo pincelado bellísimo que se torna rosa, naranja, rojo, lila, celeste; un espectáculo. Y avanzamos entre risas, conversaciones y la tensión de Mauricio porque la ruta no está tan buena y su auto, «Hércules» (!) se puede estropear. Y yo no entiendo mucho la aprehensión y pienso: ya, igual le pone color, si no es pa’ tanto; qué tiene, si los autos son pa’ andar… Y el camino se aclara y el campo uruguayo se deja ver poco a poco.

Llegamos a un pueblo/ciudad y paramos en la bencinera pero no para poner gasolina, no, sino para cargar con más agua los termos para el mate, ja! Sólo Uruguay tiene en cada bencinera, terminal de buses, tienda o restaurant de carretera, un dispensador de agua hirviendo, por unos 5 centavos de dólar. Y si no venden te la regalan «porque el agua pal mate no se le niega a nadie, viste!».

Las chicas vamos al baño mientras Mauricio se encarga del preciado líquido y cuando regresamos yo entro en schock: «Nooooo!? ¿¡Nosotros venimos aquí? En este auto? Noooo!?», le digo a Yvonne, impactada. Y me da entre ataque de risa e incredulidad; mientras ella se ríe a carcajadas conmigo y no puede creer que yo no haya visto a «Hércules» al subirme, y le digo: Nooo, si entre que estaba oscuro, había que cargar todo, tenía sueño; nunca caché que iba arriba de esta «nave»!! -y me viene el ataque de risa otra vez, mientras el bencinero nos mira curioso entre risas también.

Pero tanto el bólido como su dueño se sienten orgullosos, pues se trata nada menos que de este modelito…

Hércules! sin palabras

… un Ford Maverick del ’74, auto de colección que, aunque circula por un país acostumbrado a las antigüedades de todo tipo en las calles, ésta se trata de una reliquia aerodinámica y mucho más «cool», ondera, que las que se suelen ver por el paisito

Los niños alucinando...

Y luego de tomar conciencia del protagonismo de Hércules,  además de encariñarme con él y seguir riéndome, también me empiezo a sentir rica y famosa, pues cada vez que paramos los niños le toman fotos, quieren subirse y Mauricio los deja;  los hombres se dan vuelta a verlo, dicen cosas: «pedazo de auto tenés, loco!», se acercan a conversar y preguntan temas técnicos aburridos para mí, pero que me hacen sentir que voy en un carruaje VIP….

Y seguimos bromeando con Yvonne porque Mauricio igual sufre un poco con la inevitable  tierra que le dejamos en el piso o el agua del mate que de pronto se cae… Pero lo entiendo, este no es un auto, es su hijo y compañero fiel… Si hasta dijo que le hablaba porque no tiene el medidor de gasolina , él calcula cuánto le queda por los kilómetros y que una vez en que se paró en la carretera, él le pidió que por favor hiciera su último esfuerzo y Hércules volvió andar, llegó hasta la gasolinera y se detuvo! …Adoro esa magia de la vida y la candidez para pedirla!  Y, en medio de toda la veneración de este uruguayo por su auto, recuerdo cuando el año pasado me fue a buscar en «la cachila!» (aquí está el post)  y también me hizo reír mucho…

Y bueno, aquí vamos, camino a Aurora, a lo del Padre Pío… Y no casualmente, el poderoso Hércules es verde… el color de la sanación… En un hermoso viaje impregnado de ésta y de las bendiciones que a cada rato nos da la vida…

Ya les cuento cuáles…

TESOROS ESCONDIDOS EN SUDAMÉRICA

Eso de no valorar lo que tenemos es tan humano, que no se puede criticar. Cuando te alejas de lo cotidianadamente conocido, de todo aquello de  lo que dispones, te das cuenta de lo bueno que esconde… Y al revés, cuando llegas de otro lugar y tienes otros ojos, puedes ver con asombro lo que parece tan normal…

Y con Uruguay pasa lo mismo.

La mayoría de los uruguayos no miden lo valioso de su tierra verde rodeada de agua, de sus costas ventosísimas, de sus praderas anchas con el cielo revuelto… No tienen idea de lo sabroso  de sus habituales bizcochos para la hora de la merienda… No ven la belleza de la pureza de su gente y del trato humano que ofrecen a cualquiera sin importar demasiado las apariencias o el qué dirán… No ven la sabiduria de ser menos consumistas y dependientes de la tecnología… No disfrutan que su comida, pese a ser demasiado tradicionalista, tiene sabor de hogar, de preparación paso a paso con productos aún naturales y procesados escala humana… Y muchos dan por sentado que vivir en espacios rodeados de naturaleza con poca intervención es normal, sin darse cuenta del mega privilegio…

Atardecer en Colonia Valdense, Uruguay

Ahí va. Ahí está. Uruguay no más…

Viaje directo a la Felicidad, 2

Señores Pasajeros:

Observen lentamente…

Bosque en Cerro Phillipi, Puerto Varas, Chile, 2010

Lago Todos Los Santos, Chile, 2010

Mandala de flores en el balcón. Santiago de Chile, 2010

 

Una tarde mirando al Oeste. Santiago de Chile, 2010

Los Andes después de una nevada en Primavera. Santiago de Chile, 2010

Un dulce perro citadino disfruta el campo. Catapilco, Chile, 2010

Sin palabras! Catapilco, Chile 2010

Primavera azul. Cataplico, Chile, 2010

Poderosa Lavanda al atardecer. Chile, 2010

Divino Kumquat. Chile, 2010

… Contemplar, sentir, valorar, agradecer, estar, escuchar, oler, saborear, respirar, integrar… la NATURALEZA, es clave para lograr ser feliz.

Sin conexión con la Naturaleza, sin apreciarla, sin hacerla parte de lo cotidiano y de lo profundo, la Felicidad -el acceso a ella- se extingue, pasa de largo…

Conectarse con su vibración, su belleza, su sabiduría, sus ciclos, su diversidad, su ENERGÍA, es una de las grandes PUERTAS a la FELICIDAD… Para atravesarla, hay que detenerse a sentir, por ejemplo, el alegre renacer de la Primavera, o el sabio despojo del Otoño…

Y la Naturaleza no está afuera, comienza por nuestro cuerpo: somos naturaleza también, en nuestro cuerpo hay agua, aire, tierra y fuego… Así, conectarnos con nuestra energía emocional, mental, física y espiritual, y con la Naturaleza exterior -la Tierra- nos garantiza una vida significativamente más plena.

Hagan la prueba.

(Viaje directo a la Felicidad, 1)

(Viaje directo a la Felicidad, 1.5)

Resfrío otoñal, ¡qué regalo!

Creo que disfruté tanto del inusual viento en Santiago el lunes pasado, que dejé que el frío me atrapara. El martes mi garganta ardía y mi nariz comenzó poco a poco a convertirse en gotera.

Entonces, después de almorzar ese día con una amiga en Bellavista, corrí a mi doctor favorito. El doctor Lee, médico tradicional chino, taiwanés en realidad. Lo único malo de su consulta es que queda en pleno centro y creo que ir hasta allá agravó mis síntomas. En fin.

Una vez ahí, con su habitual sonrisa, toma mi pulso y me dice en su «espachiñol»: «gadganta infamada, fiedbe… moco? tiene moco?».… Yo a todo respondo que sí. Lo único que aún no siento es «dolod de cuedpo». Muy resuelto me dice: «Aguja pala más dápido».

Me tiende en la camilla como siempre y examina mis manos, mientras aprieta mis dedos, y dice: «lespile», entonces pincha algunas de mis yemas y yo grito más de susto que de dolor. Él se ríe y me dice: «sacad sangue pala más lápido bajar fiebe y gadganta». Aprieta algunos dedos y supongo que saca sangre porque yo no puedo ver.

Luego me deja en la camilla con algunas agujas en las manos y en las piernas. Cuando las acomoda se siente una electricidad algo dolorosa y yo le digo: «¡Maloo!». Él sonríe sin inmutarse y me responde: «no, yo bueno» . Con sabiduría me recuerda que el dolor es bueno, porque está sanando; me dice que cambie la palabra, que ahora cuando ponga las agujas yo diga: «¡Bueno!». Lo hago, nos reímos y me felicita.

Mientras sigo tendida en la camilla, hablamos (tratamos de) un poco del karma, de budismo, del Tao y de no comer carne por «mala enegía: pollo, calne; menos», me dice. Efectivamente la fiebre y el dolor de garganta bajan; me relajo y siento el cambio de energía. Luego me da hierbas y me dice que coma cosas frescas, nada cálido ni picante.

Me voy con mis medicinas y llego a casa llena de síntomas de resfrío, pero feliz. Soy muy afortunada de poder ir a verlo, de que me espera una cama y comida,  y de poder quedarme acostada al día siguiente para recuperarme.

Qué sabio es el cuerpo. Él si sabe parar. No como yo (mi ego y el de muchos) que anda enchufado todo el día y con la agenda llena y paséandose con frío en vez de regresar a casa cuando pude hacerlo. Entonces, como yo no lo hice en mucho tiempo, él me dio la orden y dijo: «a descansar, a botar las toxinas y emociones acumuladas; no queda otra» … Y aquí estoy en cama, meditando a ratos, tomando litros de  té de hierbas, mirando por mi ventana si llega la lluvia, poniéndome al día con algunos correos, viendo las celebraciones de Chile y de Uruguay con el Mundial, comiendo frutas frescas y sopa, dejándome cuidar… Y de repente levanto la vista y el cielo del atardecer es un espectáculo alucinante: dorado, lila, naranja, rosa. Luego la luz comienza a irse, las nubes se vuelven más oscuras y avanzan hacia el sur. Lo disfruto, lo agradezco, lo dedico… Y, obvio, me levanto para tomar un par de fotos.

Aquí van algunas de las que tomé desde mi ventana sin siquiera levantarme. Gracias por tantos regalos!

Atardecer en Santiago

El cielo dorado y revuelto

Panorámica de un bello atardecer en Santiago

Se va el sol

«Ahí va!»… CON NOSTALGIA URUGUA-SHA

Dado el mega remezón que muchos tuvimos con el terremoto de Chile, ahora no siento ganas de moverme… Mis planes de viaje se quedaron en pausa, por un rato, obvio… Durante marzo y hasta mediados de mayo estuve re quieta, con poca vida social, silenciosa, menos dispersa, más presente y, paradójicamente, más feliz….

Parece que cuando vivimos mucho dolor/miedo/conmoción como protagonistas o como espectadores cercanos, también el alma y el cuerpo piden reposo, pero al mismo tiempo la mirada de las cosas cambia y valoras hasta el atardecer que antes no veías.

Bueno, en eso estoy cuando comienzo a sentir nostalgia urugua-sha… Saudade… De qué?

Del ritmo uruguayo, de las conversaciones, de la vida simple adornada por un asado, el mate, los bizcochos y la gente que comparte con pocos prejuicios… Nostalgia del poco stress, del ritmo cadencioso de Montevideo o de Colonia, del verde de Valdense y de Solymar… Nostalgia del domingo en el Parque Rodó o de caminar sin rumbo por Ciudad Vieja con el viento en la cara…

Montevideo desde Plaza Independencia

Mmm, ahora que lo escribo me entusiasmo otra vez y me dan ganas de tomar pronto la maleta y los pasajes. Pero parece que aún no es el tiempo. Todavía me ronda una sensación de fragilidad y encima presiento que se asoman grandes cambios internacionales. Entonces, por ahora, atesoraré los recuerdos con un mate desde mi balcón, donde las nubes pasan muy lento, pues acá la cordillera frena el viento… qué lastima, es tan agradable despeinarse!

Atardecer en Santiago desde mi balcón

¿ESTÁ USTED CAPACITADO PARA VENIR A URUGUAY?

El clásico mate uruguayo

Mmm, esta no es una pregunta que se responda así no más.

Así que lo invito a leer la nota que me publicó el diario El País, en su sección de Viajes. Es un Test para viajeros con destino a Uruguay, que puede leer clickeando acá: http://viajes.elpais.com.uy/

Si quiere, agarre su mate, té o café y decida si es usted un viajero apto para aventurarse por este lado del Sur.

Saludos desde la rambla de Montevideo!

7 ELEMENTOS INDISPENSABLES PARA VENIR A URUGUAY

1. Bufanda, pañuelo o cuello de polar, y cortaviento; o todas las anteriores (especialmente si usted viene de tierras cálidas). A veces los usas hasta dentro de las casas porque el viento se cuela por todas partes. Y qué decir en la calle, el sol puede brillar, pero a veces la sensación de frío ventoso no te la quitará nadie de otoño a primavera y aunque a ratos pase, puede sorprenderte en cualquier esquina.

2. PACIENCIA y con mayúsculas. Acá hay un ritmo particular; particularmente leeeeeeeeeeennnntooooo. Es como si no conocieran el ¡ahora!, o el ¡ya! No, acá conocen el “bueno”, y con eso todo puede ser. Como la charla que en el papel dice 20.00 hrs y que en realidad comienza a las 20.45 porque el propio conferencista llega a esa hora. Lo único que hasta ahora vi puntualísimo, es la salida de los buses interurbanos, un agrado. Pero los ómnibuses (las micros de la ciudad) pueden andar más lento que cualquiera caminando; la gente se toma su tiempo para atenderte en las tiendas y no hay apuro por nada, los montevideanos caminan más lento que los habitantes en otras capitales. Hoy, por ejemplo, compré una botella pequeña (petaca) de grapa miel (popular licor local ideal para el frío!) en el supermercado y había que sacarlo de una vitrina aparte. La cajera se levantó, fue hasta otra caja, sacó su estuche de cosméticos  y hurgueteó insistentemente hasta vaciarlo por completo y encontrar la llave para abrirla.  ¿Los que venían en la fila tras de mí reclamaron? Noooo, y eso que todo el asunto debió tomar unos 5 minutos al menos.

3. Perros o ganchos de ropa. Porque obvio que la ropa se vuela -y lejos- cuando la tiendes. No es broma colgar después de lavar y cada uno desarrolla su técnica.

4. Sonrisas. Sí, porque  la mayoría de los uruguayos sonríen poco, entonces cuando lo haces se sorprenden y se contagian.

5. Humor y disposición para hablar. Hace unos días en el supermercado buscaba una lechuga, miré una, la tomé y luego la devolví porque estaba fea y ya me dio lata perder las hojas, lavarla y todo el rollo. En eso se me acerca un señor con boina y barba y me dice: “aquí encontrar una lechuga bonita es como sacarse la lotería!”  Y yo me reí a carcajadas y asentí.

Luego otra señora que me escucha hablar me dice:

-¿De dónde sos?

-De Chile  -le respondo.

Y agrega: -Ahhh, me encanta, tuve una amiga chilena-. Se va y luego vuelve: “Ah, y yo veo todos los programas de allá: veo Pelotón, veo ese de la mañana… –el Buenos días a todos, salto yo-, ese!”, responde. Y finaliza con orgullo: “ah, y veo Calle 7 y Animal Nocturno”.

-¡Aaahh, nooo! -le digo- ¡Pero ves más que yo! -Y nos reímos.

Luego le pido consejo para comprar hamburguesas congeladas, me dice que ella no compra, que las hace –me lo imaginé, le digo-, pero que las de marca Schneck son muy buenas y traen sabor a chorizo: “te vas acordar de mí, estas son uruguayas, con estas te vas a la segura, muchacha”. Y nos despedimos felices las dos.

6. Kilos de menos, es decir, venir bajo tu peso corporal. Es que es inevitable comer asado, bizcochos (croissants de todos los tipos y uno más rico que el otro; son terribles) a la hora del mate, pizza, pastas, milanesas, hamburguesas…  la lista es interminable! Por lo tanto, si usted quiere venir por estos lares, haga dieta como un mes antes si no quiere comprarse ropa más grande o deprimirse a su regreso. Y si la estética no es su problema, pues coma sin culpa alguna y deje que su paladar se alegre infinitamente.

7. Un dedo pulgar sano, ágil y dispuesto a fortalecerse… Llegando a esta tierra sus oídos descansarán. Sí, porque aquí no se habla por celular, aquí se mensajea por celular. Es decir, todo el mundo se manda mensajes y hasta el más anciano y aislado sabe cómo hacerlo. Hablar es más caro que en otros países, entonces los uruguayos son expertos en mensajería móvil y se mandan hasta declaraciones amorosas por SMS. En el ómnibus se escucha a cada instante la alarma de los mensajes. Anoche, un uruguayo que se queda en el mismo hostal que yo, le pidió a otro el celular para responderle un mensaje a la novia y estuvieron yendo y viniendo los SMS como 10 minutos…

En fin, si usted trae todo esto, además de pocas expectativas, un corazón blandito y una mente abierta; seguro su estadía en este país pequeño será una experiencia memorable!

Anímese y venga!

Ji.

A LA URUGUAYA Y TIPS ANÍMICOS DE VIAJE

Malvín desde el aire (http://www.ciudadmalvin.com/)

Malvín desde el aire (http://www.ciudadmalvin.com/)

Analía vive en Malvín. Un barrio residencial muy parecido a Viña del Mar, al plan de Viña y a Recreo, con bastante verde y playa, pero con edificios más bajos. Su casa no tiene estacionamiento y deja su auto, un Tico, en la calle. Cuando llegamos a casa le digo que no bajó el seguro de su puerta del auto, me dice que no porque así no le rompen el vidrio: “sí, así los ladrones lo abren, lo registran, revuelven todo y hasta me lo dejan cerrado; son buena gente”. No paro de reír y ella bromea con el tema.

Claro, a la uruguaya, ella encontró la solución después de dos veces de reponer el vidrio roto. Ahora les deja el trabajo adelantado a los malandrines. Por otro lado, en los pueblos o ciudades más pequeñas la mayoría deja los autos abiertos y muchos no usan cinturón de seguridad ni casco para andar en moto; también se da una confianza que contrasta.

Así es Uruguay, no se hace demasiado problema por los males de la vida moderna y del sistema, se quejan igual que todos, cual chileno o argentino, pero sobreviven… Este es un verbo demasiado practicado por los uruguayos: Sobrevivir… Es impresionante cómo lo hacen…

Muchos ganan un tercio -o menos- que el promedio de los sueldos en Chile para cualquier actividad y tienen más o menos los mismos gastos que nosotros. Eso sí: la educación es absolutamente gratuita, con lo que el escaso presupuesto logra alivianarse. La mayoría vive con lo justo y no tienen capacidad de ahorro ni tantas cosas nuevas o modernas; pero –y es un misterio digno de averiguar- diría que en muchas cosas tienen mejor calidad de vida que los chilenos,  comen mucho mejor que nosotros – aunque casi todo es más caro acá- y, pese a su sello pesimista, son menos inconformistas que otros pueblos.

HAY QUE VIAJAR CON EL ALMA ABIERTA

En mis andanzas cotidianas observo, admiro, comparo, aprendo, me río, disfruto, también me impaciento; empatizo, me sorprendo… Es que descubrí algo: si quieres hacer de un viaje una experiencia más feliz tienes que llevar tu mente y tu corazón muy abiertos, blanditos; no puedes juzgar o criticar demasiado la idiosincrasia, porque simplemente la cultura y la identidad SON; ni mejor ni peor que la propia, simplemente ES y obedece a una historia, a la energía de la tierra, al origen de sus pueblos, a cómo se vive la economía y las relaciones, a la espiritualidad presente, y a mucho más.

En eso pienso cuando conozco a un chileno que se vino a vivir a Montevideo, al parecer sin averiguar mucho “con qué chicha (licor de manzana chileno) se iba a curar” y que ya lleva dos meses acá. Me sorprende y… Sí, me irrita un poquito…

Es sábado por la noche y con mi amigo alemán, Jan, nos juntamos a comer  en el nuevo hostal donde se queda ahora, Ché Lagarto, e invita a este chileno que cocinará chap-sui de verduras. En gran medida, es el típico santiaguino “winner”, ganador. ¡Ay! Cómo me avergüenzan a veces los compatriotas prepotentes y de mente estrecha tan típicos de nuestra tierra. Sí, ok, Chile está muuuy avanzado en muchas cosas, pero eso no es sinónimo de mejor ni de calidad; si no, basta con mirar los elevados índices de depresión santiaguinos.

Bueno, el “lolo” (muchacho) estudió en universidad privada, vivía en Las Condes (sector acomodado y actualmente “aspiracional” -dícese de querer cumplir el sueño americano constantemente- de Santiago, a mi muuuy personal juicio), tenía una empresa, lo estafaron, dice; luego trabajó con un primo, pero no soportó ser el segundo de a bordo (valiente confesión). Entonces, el lindo se vino a Uruguay –intuyo que huyendo de lo vivido- y la razón por la que eligió este país me da risa: “Es que en Argentina está todo hecho –¿…?- y además no es fácil ser chileno en Buenos Aires y Brasil me encanta pero es muy peligroso.  Entonces, Uruguay es una mezcla de los dos, era el lugar ideal”… Síp, pienso: “Era”. Porque esta tierra –como cualquiera- no ES para todos. Los países son como nosotros, no le caemos bien a todo el mundo ni son simpáticos con todos.

Montevideo desde el Radisson (donde aún no me quedo!)

Montevideo desde el Radisson (donde aún no me quedo!)

Y a este chileno, creo que más por su ansiedad tan típica de nosotros los santiaguinos y por sus expectativas, tan propias de todos los que queremos algo, no le ha ido bien en Montevideo. Se llevó mal con los compañeros uruguayos de departamento con los que vivió al principio, además quiere hacer negocios acá, pero no avanza mucho. Y podría enumerar las razones de sus primeros tropiezos para aprender un poco, porque a todos nos puede pasar y porque a medida que lo conozco me da un poco de angustia y pena sentir que va mal, que por ahí no es; pero cada uno con su experiencia… En fin, aquí va mi listado:

  1. No se puede venir con todas las ganas de quedarse a Uruguay en pleno agosto. No. Acá ya hace frío en mayo, imagínense después bordeando los 0 grados por meses y con el mega viento que no perdona ni aunque te quedes en el Radisson. No hay parka ni abrigo que aguante, la bolsa de agua caliente (guatero) será tu mejor amiga, además de los guantes, bufanda, gorros, calentadores, sweaters, camisetas, etc.
  2. No puedes venir a Uruguay creyendo que por estar al lado esto es como Argentina y, menos, como Chile. No. Este es otro mundo. Acá hay un tesoro y lo digo en voz baja  y entre paréntesis para que no se vaya a contaminar: (no hay ni la mitad del consumismo presente en estos dos países). Los uruguayos casi no saben lo que es. Con suerte hay un par de liquidaciones al año, la ropa china no está tan presente, la gente se compra en promedio un par de zapatos nuevos al año, por ejemplo; hay autos de los años ’70 aún circulando, no hay adicción a la tecnología: ver un blackberry es un milagro, el wi-fi aún es exótico, no pasa nada con esos audífonos con bluetooth, he visto sólo a un par de guapos usando manos libres, el I-Phone es algo que está en los catálogos, la pantalla plana seguro es curva, el I-Pod apenas se pronuncia, el GPS debe estar dormido, etc., etc… No hay tiendas por departamentos que te llenen de necesidades inexistentes ni un sistema –siempre un tanto perverso- que majaderamente te incite a comprar y a tener… Por lo tanto, para venir a este sur a quedarse, además de otras cosas, hay que pensar un poco más como uruguayo y  no como chileno ansioso-consumista-impaciente-acelerado-tecnologizado-con acceso a todo. En esa tarea estoy yo ahora, permitiéndome integrar esta energía tan distinta, y no es tarea fácil, ojo.
  3. No puedes criticar a este pueblo por sus costumbres. Ya lo dije, simplemente ES. Claro, acá faltan muchas cosas, para los sofisticados falta “mundo”. En plena capital -no así en Punta del Este, que es “otro país”, y en la bella Colonia tampoco- debe haber sólo un puñado de restaurantes fusión o de comida internacional o de autor. Ni china, ni india, ni tailandesa, ni japonesa, ni árabe, ni francesa… Nop, acá hay asado, chivito (sándwich local con corte de carne exquisito), pizza con mozzarella, pascualinas (tarta de verduras), chorizo, pastas, hamburguesa, milanesa, cerveza y vino. Acá hay tradición y no hay mucha inquietud por mirar hacia afuera ni copiar el estilo de vida gringo, tan metido en el ADN santiaguino.
  4. Si te cambias de lugar, aunque es inevitable comparar el nuevo con el anterior o con el tuyo de origen, llega un momento en que hay que aceptar: este no es tu país, no es mejor ni peor, simplemente es diferente y, a mi juicio, lo que más cuenta es cómo nos sentimos en la nueva tierra. Porque si no te sientes bien, o te devuelves, o buscas otra; aquí no hay obligaciones. Digo: me basta con el sufrimiento que he acumulado en mi vida como para además ir a pasarlo mal en un lugar extraño que yo escogí. Y entender eso supongo que lleva tiempo. Entonces cuando escuchaba a mi colega de tierra decir: “es que Montevideo es súper gris, es sucio, es oscuro; Santiago es mucho más iluminado –claro, en Las Condes, seguro, pensaba yo-; los uruguayos son apagados –claro, y los chilenos los reyes de la fiesta; anda a compararnos con un colombiano o un brasilero, seguía pensando yo-; es que acá faltan un montón de servicios”… Sí, faltan. Todo eso puede ser y también es relativo.

Igual, desde aquí le deseo suerte a mi compatriota en su nuevo camino… Finalmente, somos todos pasajeros…

Dicho todo esto, me despido feliz de andar respirando aires menos ansiosos por un rato e intentando contagiarme de ellos!

Abrazos con sol y viento!

Ji.